FOTOGRAFíA DOCUMENTAL
Umbanda: un pedazo de la historia espiritual correntina
Dos celebraciones umbanda en Corrientes —una fiesta de Crianza y otra dedicada a Exu Tiriri y Maria Mulambo— revelan una religiosidad viva, mestiza y popular, que resiste desde los bordes de lo establecido.
Documental fotográfico y crónica de Jeremias Giordano
Legando al lugar permitido por Omítawadé el aire estaba lleno de azúcar, incienso y tambor. Los colores de las cintas y las velas se confundían con los cuerpos que bailaban al ritmo de algo más viejo que la palabra “fe”, el pulso espiritual, o del corazón, axe. Una mujer sostenía una vela rosada; un niño reía. En esa escena, la divinidad tenía rostro humano, y la calle se volvía templo.
Durante una fiesta de Crianza, dedicada a los Erês —espíritus infantiles que representan la inocencia y la alegría como energía espiritual—, los dulces, juguetes, risas y cantos conformaban un recordatorio de que lo sagrado también sabe jugar.
La segunda celebración fue distinta: una noche de fuego y encrucijadas, dedicada a Exu Tiriri y Maria Mulambo. La devoción tenía cuerpo y movimiento; el ritmo era intenso, casi desafiante. Allí la fe se sentía más como una declaración de libertad que como una súplica.
Una religión nacida en la mezcla
La Umbanda nació en Brasil en las primeras décadas del siglo XX, en un contexto de exclusión racial y social. Surgió en los suburbios de Río de Janeiro, cuando las religiones africanas traídas por los pueblos esclavizados se mezclaron con el catolicismo popular y el espiritismo europeo. Fue un modo de resistencia y de integración: un lenguaje espiritual donde los oprimidos podían dialogar con los santos, los espíritus y los ancestros sin pedir permiso a la Iglesia.
A diferencia de otras religiones jerárquicas, la Umbanda no tiene dogmas cerrados ni textos sagrados únicos. Se sostiene en la práctica, en la voz, en la música, en el gesto. Los caboclos (espíritus indígenas), los pretos velhos (espíritus de ancianos esclavizados), los erês (niños), los exus y las pombas giras (energías masculinas y femeninas del movimiento y la transformación) son parte de un mismo panteón que celebra la diversidad y el poder del pueblo.
De Río a Corrientes
La llegada de la Umbanda a Corrientes tiene una historia menos escrita pero profundamente viva. A partir de la década de 1950 comenzaron a instalarse en el litoral argentino las primeras “casas” o terreiros, influenciadas por el intercambio con Brasil y por el espiritismo kardecista que ya existía en la región.
Pero sus raíces encontraron terreno fértil mucho antes: Corrientes fue, desde el período colonial, una provincia con fuerte presencia afrodescendiente. La esclavitud marcó su historia, aunque el relato oficial la haya borrado. En los barrios correntinos quedaron sus ritmos, su forma de rezar, su cocina, su modo de mirar el mundo, y hasta el nombre de un barrio: Camba Cuá, Oreja o Cueva de Negro.
La Umbanda llegó por los ríos y por la memoria. Se mezcló con el catolicismo popular del litoral —las promesas al Gauchito Gil, las fiestas a San Baltasar— y encontró en las comunidades más humildes un espacio de pertenencia.
Otra coincidencia profunda entre Brasil y Corrientes es el axé, esa energía vital que también es ritmo y movimiento. El axé es la base musical del carnaval brasileño, y Corrientes es, a su modo, una tierra de carnavales.
Su historia popular late en los tambores y en los trajes coloridos que cada febrero toman las calles. En las celebraciones umbanda, esa conexión se hace visible: circulan los mismos diseños, los mismos grupos tamboreros que animan el carnaval correntino, uniendo así lo festivo con lo espiritual, lo ancestral con lo contemporáneo.
Hoy, los templos umbanda en Corrientes son pequeños pero constantes: casas abiertas en los barrios, patios de tierra donde suenan los tambores y se encienden las velas. Allí lo africano, lo indígena y lo criollo conviven sin contradicción.
Las fiestas
En la fiesta de Crianza, los colores pastel, los dulces y los juguetes formaban un altar para la alegría. Los Erês recuerdan que la inocencia también es un camino hacia lo divino. No son símbolo de ingenuidad, sino de pureza de intención: limpian el ambiente y renuevan la energía del terreiro.
La fiesta de Exu Tiriri y Maria Mulambo, en cambio, fue una celebración de la noche y del coraje. Exu Tiriri, guardián de los caminos, es una fuerza de comunicación y justicia. Maria Mulambo, una Pomba Gira nacida del desprecio y la exclusión, representa la dignidad de las mujeres que el mundo marginó.
Juntos, simbolizan la energía que transforma el dolor en potencia. Allí, entre el fuego y el canto, lo espiritual no se viste de blanco: a veces usa rojo, ríe fuerte y fuma tabaco.
La fe como memoria y resistencia
Toda religión nace de una pregunta que la sociedad no puede responder. La Umbanda, en particular, surge de una herida: la de la esclavitud, la marginación y la exclusión de quienes no tenían voz. Pero esa herida se volvió canto, comunidad y afirmación.
En los terreiros de Corrientes conviven personas que en otros espacios serían negadas o juzgadas: disidencias sexuales, mujeres trabajadoras, jóvenes de barrios populares. En la Umbanda, no son “pecadores” ni “desviados”, son creyentes. Encuentran un altar que no les pide pureza, sino presencia.
Mientras muchas religiones tradicionales predican amor desde la distancia, la Umbanda lo practica en el abrazo. Donde otras levantan jerarquías, esta tiende un círculo. Donde el credo impone culpa, aquí se canta libertad.
En una provincia atravesada por la herencia afro y la resistencia popular, el tambor de la Umbanda no solo invoca espíritus: despierta memorias. Es la voz de quienes fueron esclavizados, pero también de quienes hoy se niegan a vivir arrodillados.
La fe —esa energía que une historia y espíritu— no busca un cielo al que llegar, sino una tierra donde todos puedan reconocerse iguales.
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