CULTURA
Taragüi Rock 2025: el festival que dejo sin público incluso a las bandas locales
Detrás del discurso de apoyo a las bandas locales, el Taragüi Rock 2025 expuso una política cultural vaciada de sentido y de recursos, que usa el “fomento” como excusa para reducir presupuesto y desactivar la escena.
Por Jeremias Giordano
El Taragüi Rock celebró sus 15 años, pero lo que debía ser una fiesta del rock regional terminó convertido en un espejo de su propio deterioro. La organización intentó vender el fracaso como un gesto de federalismo cultural, presentando la edición como una “oportunidad para las bandas locales”. Pero el argumento no se sostiene: no hay promoción posible sin convocatoria.
Durante el festival, los presentadores insistieron en reivindicar la jornada como un espacio “para los músicos correntinos y del NEA”. Sin embargo, el clima en el anfiteatro Cocomarola fue de desilusión más que de orgullo. La falta de artistas nacionales e internacionales redujo drásticamente la asistencia —menos de mil personas por día— y las bandas locales terminaron tocando ante el mismo público que ya las sigue, en lugar de acceder a nuevas audiencias.
El relato del “festival local” no solo fue una coartada para disimular la baja de presupuesto, sino también una falta de respeto hacia la propia escena regional, que necesita visibilidad real y no encierro.
Incluso algunos músicos, como el integrante de la banda HDP, reclamaron en el escenario mayor apoyo gubernamental, marcando la tensión entre el discurso oficial y la realidad.
De la integración al aislamiento
El contraste con otras ediciones es evidente. En 2017, por ejemplo, el Taragüi Rock ofreció tres días con bandas locales y nacionales y una fecha extra con Residente como figura internacional. Años antes, el Pre-Taragüí funcionaba como una instancia de recorrido y selección, un verdadero circuito de integración cultural que culminaba en el gran escenario del Cocomarola.
Esa lógica fue reemplazada por la reducción presupuestaria maquillada de inclusión, un modelo que no construye identidad sino aislamiento.
La tormenta que suspendió una de las jornadas fue solo una metáfora perfecta del temporal político que atraviesa el Instituto de Cultura, encabezado por Beatriz Kunin. La gestión, ya criticada por su floja programación en el Festival del Chamamé, volvió a quedar en el centro del debate: desorganización, decisiones arbitrarias y un trasfondo político que vacía los espacios culturales.
Lo que alguna vez fue el símbolo del rock del NEA, hoy sobrevive entre justificaciones y promesas vacías.
La defensa del “festival local” podría haber sido una oportunidad de repensar el sentido de lo regional; en cambio, se convirtió en un disfraz para encubrir la falta de política cultural real.
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