GEOPOLíTICA

Estados Unidos arquitecto del caos en Medio Oriente y la peligrosa alineación de Argentina

La política exterior de Milei rompe con la histórica neutralidad argentina y se subordina a los intereses imperiales de Washington en un conflicto regional que se globaliza.

Desde hace décadas, Medio Oriente es un tablero de disputas internacionales atravesado por intereses estratégicos, económicos y militares. Lo que a simple vista aparece como un conflicto entre Israel y Palestina —o más recientemente entre Israel e Irán— es en realidad un entramado geopolítico donde la mano de Estados Unidos resulta determinante. En ese marco, la decisión del gobierno argentino de Javier Milei de alinearse abiertamente con Israel representa un giro riesgoso, que deja atrás una tradición diplomática basada en la neutralidad y el respeto al derecho internacional.

Una guerra de larga data: ocupación, resistencia y asimetría

El núcleo del conflicto entre Israel y Palestina tiene raíces históricas profundas. Desde la creación del Estado de Israel en 1948, el pueblo palestino ha sido sometido a una política sistemática de despojo, ocupación y expulsión. Lo que en los medios occidentales suele leerse como una “guerra” es, en realidad una confrontación profundamente desigual: una potencia nuclear contra un pueblo sin Estado.

Cabe remarcar que la expansión de los asentamientos israelíes, el bloqueo sobre Gaza y la ocupación militar de Cisjordania configuran un escenario que muchos organismos internacionales ya describen como apartheid. Esta situación de injusticia crónica alimenta una espiral de violencia que se intensifica con cada ofensiva militar israelí y cada respuesta desesperada desde los territorios ocupados.

A este escenario se suma una nueva dimensión del conflicto: la creciente tensión entre Israel e Irán. Lo que durante años fue una disputa indirecta —con Tel Aviv e Irán apoyando a actores enfrentados en terceros países— se transformó en enfrentamientos directos. En los últimos meses, Israel ha lanzado ataques a gran escala contra infraestructura iraní, incluyendo objetivos vinculados al programa nuclear.

Irán, por su parte, respondió con amenazas explícitas contra objetivos estadounidenses si Washington interviene, y alertó sobre el riesgo de una guerra regional de consecuencias impredecibles. La dimensión del conflicto ya desborda la lógica regional y se proyecta como un posible foco de guerra a escala global.

Estados Unidos: la mano imperial detrás del conflicto

Para entender esta situación hay que mirar más allá del enfrentamiento militar. Israel es mucho más que un actor estatal en el conflicto: es el principal aliado estratégico de Estados Unidos en Medio Oriente, su "portaaviones insumergible", como lo definió el propio Pentágono.

El respaldo militar, diplomático y financiero de Washington a Israel no es desinteresado. Se trata de una apuesta por el control de recursos clave (como el petróleo y el gas), las rutas estratégicas y la contención de cualquier actor que desafíe la hegemonía estadounidense en la región. En esa lógica, Irán aparece como una amenaza no por sus acciones, sino por su capacidad de resistir la agenda occidental y articular polos de poder alternativos.

La prensa hegemónica suele presentar este respaldo como una cuestión de “alianzas democráticas”, pero el mapa de bombardeos, bloqueos y golpes de Estado en la región deja al descubierto otra lógica: Estados Unidos no promueve la paz, sino el control.

En este contexto, la política exterior de Javier Milei aparece como un caso paradigmático de subordinación geopolítica. Con su alineamiento abierto con Israel —expresado en el respaldo a su “derecho a la defensa”, el traslado de la embajada argentina a Jerusalén y el voto en contra del reconocimiento de Palestina en la ONU— el presidente argentino rompe una tradición de décadas basada en la neutralidad, el respeto al derecho internacional y la búsqueda de soluciones diplomáticas.

Este alineamiento no solo implica un costo simbólico: Argentina queda asociada a un bloque belicista, pierde margen de maniobra en foros multilaterales y se expone a represalias en un mundo cada vez más polarizado.

La posición argentina tradicional —defendida tanto por gobiernos peronistas como radicales— permitió durante años que nuestro país mantuviera relaciones estables con el mundo árabe y evitara verse arrastrado a conflictos ajenos. Con Milei, esa doctrina parece haber sido archivada en nombre de una supuesta “afinidad ideológica” que responde más a la admiración personal que a los intereses estratégicos nacionales.

El conflicto en Medio Oriente no es solo una tragedia humanitaria: es también un campo de disputa entre bloques de poder globales, donde se define buena parte del orden internacional del futuro. En ese tablero, las decisiones que se toman desde gobiernos periféricos como el argentino tienen más impacto del que parece.

Cuando un país como Argentina decide alinearse ciegamente con una de las potencias en conflicto, no solo traiciona su tradición diplomática: también pone en riesgo su autonomía, su seguridad y su credibilidad en el escenario internacional. En tiempos de guerra y realineamientos globales, recuperar una política exterior soberana y basada en principios no es solo una opción: es una necesidad.

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